En el primer aniversario de Somos Primates, en nombre de todo el equipo, me gustaría acicalar y agradecer la participación en el debate -tanto en Facebook como en este blog- a todas y todos los primates que han dejado sus comentarios, así como a los que nos habéis apoyado y leído. Agradecer también a aquellos que me han puesto en una situación difícil con sus acertadas correcciones, lo que sin duda me obliga a mejorar y actualizarme cada día. Ha sido una grata sorpresa comprobar que hay mucho conocimiento e interés circulando por la red sobre la conducta animal y los primates. Os animamos a seguir escribiendo vuestras ideas y preguntas este nuevo año también. Un abrazo.
Pablo Herreros
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Nadia, una hembra de gorila con quién realicé varias pruebas hace un par de años sobre aplazamiento de la recompensa. Actualmente vive en el Parque de la Naturaleza de Cabárceno, en Cantabria (imagen: Pablo Herreros).
Al igual que a muchos compañeros, una de las razones que me llevó a interesarme por la conducta animal es la convicción de que los seres humanos somos unos organismos muy alejados de nuestros orígenes, especialmente perversos y miserables. Durante años estuve convencido de que nuestra especie estaba inmersa en un proceso de decadencia.
Durante los primeros años de aproximación a la materia me fascinaron las investigaciones sobre cooperación y altruismo en todo tipo de animales. Dediqué gran parte de mi tiempo a profundizar en los comportamientos prosociales en primates no humanos y en otros animales. Historias de ballenas que ponen en peligro su vida para salvar a otras, hormigas que trabajan como un solo organismo, macacos que inhiben el consumo de comida durante días para que sus compañeros no sean dañados, gorilas que salvan la vida a humanos, elefantes que se vengan de sus déspotas dueños…
Pero lo que acabó por reforzar mis argumentos fueron los indicios de la existencia de cierto sentido de la justicia en monos capuchinos y chimpancés, descubierto por Sarah Brosnan y Frans de Waal hace una década. Todo cuadraba en mi modelo de desprecio hacia al hombre. Los humanos éramos despreciables en comparación con otros animales y estábamos en un proceso de “involución”, algo que hoy sé que es metafísicamente imposible ya que la evolución no entiende de progreso. Esta es completamente ciega y las mutaciones que dan lugar a nuevas formas de vida son aleatorias.
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Joven chimpancé de la colonia del Bioparc de Fuengirola, en Málaga (imagen: Pablo Herreros).
Más adelante comencé a leer sobre antropología evolutiva y entré en contacto con los estudios de cognición comparada entre niños y chimpancés. Los resultados de estas investigaciones mostraban a una especie humana totalmente diferente a la de mis expectativas. Los niños se manifestaban como unos seres especialmente sensibles a los estados emocionales de otros, con un fuerte sentido de la justicia, dispuestos a cooperar en cualquier momento e incluso a ayudar de manera altruista a desconocidos. Se produjo en mí el inicio de un irremediable proceso de desaprendizaje que en tantas ocasiones nos ha recomendado Eduard Punset. Las personas no éramos tan malas como yo pensaba.
Lo que ocurría es que mi mente, anclada en el modelo mental de descalificación, descartaba inconscientemente la cantidad de información que todos los días recibimos y que prueban que el hombre, al igual que el resto de los primates, debe su éxito evolutivo a una fuerte tendencia a la cooperación, el altruismo y un modelo de vida donde prima lo colectivo, aunque existan en todos nosotros potentes fuerzas en sentido contrario.
Pongamos por ejemplo el caso de algo tan cotidiano como señalar con el dedo. Solo los humanos y los perros entendemos este tipo de comunicación no verbal cuya función es atraer la atención de compañeros para tareas que implican cooperación, como apuntar a un objeto o a un peligro. Los perros comprenden este código debido a la coexistencia y a la selección artificial de los individuos con quiénes interactuamos de una manera más eficaz, pero nosotros lo hemos desarrollado porque la presión del entorno hace millones de años fue de tal magnitud que la única manera de salir adelante consistió en el desarrollo de una fuerte conexión entre individuos.
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Mono capuchino de las selvas de Costa Rica (imagen: Aitor Agirregoikoa).
Otro caso similar es el de la esclerótica humana (la parte blanca de los ojos que todos tenemos). Esta particular composición de los glóbulos oculares es exclusiva del ser humano y gracias a su existencia podemos señalar objetivos y hacerlos comunes mediante la mirada con una precisión asombrosa. Las enseñanzas que podemos extraer de estos fenómenos es que los grupos en que la relación era una prioridad acabaron por contagiarse emocionalmente y mostrar empatía los unos por los otros, lo que les permitió sobrevivir de manera aún más eficaz.
Estos hechos son importantes porque confirman que nosotros somos los herederos de aquellos primeros homínidos que encontraron, por medio del contagio emocional, la empatía y un sinfín de fenómenos sociales más, la manera de hacer de nuestra especie la más exitosa del planeta.
Ahora sé que el inconveniente de los mensajes implícitos que generaban mis antiguas creencias eran muy similares al de los escépticos que niegan la conexión con el resto de seres vivos: no me creía que el humano fuera un animal más. En ese sentido, era como los creacionistas, pero lo cierto es que a medida que avanzaba mi formación, cada vez era más difícil conciliar la rabia hacia el ser humano con el amor por los animales. Si quieres a los animales, acabas por querer a las personas. El mismo proceso se produce a la inversa. Finalmente he llegado a la conclusión de que los seres humanos somos capaces de lo mejor y de lo peor, pero que son más las veces que exhibimos comportamientos prosociales que al contrario.
Actualmente, no me he olvidado de la enorme cantidad de comportamientos positivos que muestran el resto de los animales y continúo investigando en ellos con la misma pasión que el primer día. Lo que ocurre es que ahora los integro en un modelo más coherente, desde la firme convicción de que los humanos también Somos Primates.
Trailer de la serie de divulgación de la BBC Human Planet.